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APOTEOSICA CORONACION DE NUESTRA SEÑORA DE COROMOTO POR EL LEGADO DE SU SANTIDAD PIO XII, CARDENAL MANUEL ARTEAGA BETANCOURT, ARZOBISPO DE LA HABANA
El día 11 de septiembre de 1952, el enviado especial de Su Santidad el Papa Pío XII, el Cardenal Manuel Arteaga y Betancourt, altísimos dignatarios de la Iglesia, la Junta de Gobierno de la República, ministros, diplomáticos, intelectuales, industriales, comerciantes y miles y miles de fieles se congregaron en Guana-re, con motivo de la solemne coronación canónica de la Sagrada Imagen de Nuestra Señora de Coromoto en la noche de aquel memorable día. Venezuela escribió en aquellos días las más bellas páginas de su historia religiosa.
PREPARATIVOS EL 11 DE SEPTIEMBRE

GUANARE. – Preparándose para ir al Campo de la Coronación
Algo extraordinario, nunca visto ni soñado, constituyó el solemnísimo acto de la Coronación Canónica de Nuestra Señora de Coromoto, Patrona Nacional de Venezuela, por el eminentísimo Cardenal Manuel Arteaga y Betancourt, Legado «ad Latere» de Su Santidad Pío XII.
Durante el día tuvieron lugar una serie de actos, revestidos todos ellos de la mayor solemnidad.
De la «Reseña de una Apoteosis», que se publicó a raíz de aquellos acontecimientos, extractamos la siguiente relación:
Un murmullo de cánticos y de rezos flotaba en la ciudad el día 11 de septiembre.
No hubo límite entre la noche y el día para los millares de peregrinos que se dieron cita en Guanare. El júbilo batía sus alas desde las más tempranas horas de la madrugada en la hermosa ciudad llanera, y cuando el rojo sol de la pampa venezolana sembró de llamaradas el horizonte infinito, ya los fieles se hallaban postrados ante el altar y las banderas del color del cielo aletea. ban en las ventanas como aves tempraneras.
Del Zulia llegaron centenares de peregrinos, a cuyo frente sus pastores espirituales dábanles animación.
Desde la remota Guayana, región de leyenda y de fe, partieron cerrados grupos de fieles que venían a rendir su tributo a la milagrosa Patrona venezolana.
Desde Carabobo y Aragua, desde la cuna de Sucre y de la tierra del bravo Páez, desde la ciudad del Ávila y de los ardientes lares barloventeños; en fin, desde todos los confines de Venezuela, los católicos acudieron en alegre romería.
Los había de todas las edades. Viejecitas de mirada dulce, cuyos opacos ojos se iluminaron de mística devoción mariana.
La Virgen obró en ellas el milagro de darles fuerzas para el largo viaje y sopló sobre sus plegadas mejillas un hálito de juventud para la piadosa aventura hasta la Lourdes de Venezuela.
Ancianos de nevada cabeza enderezaron su curvado torso Y sus débiles piernas cobraron inusitada energía para soportar la pesada andanza y recorrer los polvorientos caminos.
Niños en cuyas cabecitas apenas ha anidado la razón, ya la fe, sin embargo, se hallaba encendida en sus pechos y el culto por la Virgen evangelizadora de los Coromotos les daba una fuerza singular y un poderoso aliento, demasiado grande para sus cortos años.
Las niñas, con sus angelicales rostros y sus menudos cuerpe-citos, iban de un lado a otro con sus trajecitos blancos y sus velos de encajes. Semejaban en su andar una bandada de palomas dispersa en medio de la multitud.
Campesinos de rostro atezado, rústico traje y sombrero de cogollo, ofrendaban su homenaje de adoración arrancado a la tierra misma de la que es fiel cultivador, su esclavo y su hijo, como es hijo, esclavo y cultivador de la Virgen María, Madre del Crucificado, Madre de Dios.
Trabajadores venidos de la ciudad, con sus cuerpos acerados en la diaria faena ante la máquina y las manos endurecidas por el áspero roce de la piedra o del trozo de hierro. Ellos hicieron un paréntesis en el trabajo que el Creador impuso al hombre para llegar hasta el Santuario de Guanare. El sudor de su frente fue el mejor tributo ofrendado a la Virgen, protectora amantísima de los obreros, que sabe comprender sus sacrificios y premiar su labor con el premio dulcísimo de sus mercedes divinas.
Industriales y comerciantes, cuyos afanes rinden preciado servicio a la sociedad, acudieron también a colocar a los pies de la Gloriosa Patrona la ofrenda de su devoción, y fue su humildad uno de los presentes que más agradeció Nuestra Señora en el día de la coronación canónica, porque Ella fue espejo de humildad e hizo gala de pobreza a pesar de los inmensos tesoros de su alma.
Todos se confundieron en el regazo de la Virgen, sin distinción de razas ni diferencias sociales, pues todos somos hijos de Dios y ante El los hombres no valen más o menos por el color Je su piel ni por los bienes materiales que poseen, sino por sus virtudes y por las buenas obras realizadas durante su tránsito en la Tierra.
En aquella marejada de cabezas que recorría las calles de Guanare y se agitaba en el inmenso Campo de la Coronación no había ni pobres ni ricos, amigos ni enemigos. Todos eran hermanos y la devoción subía a los cielos como una tenue nubecilla.
Las oraciones y los cánticos formaban un murmullo que se escuchaba a la distancia y henchía los pechos de emoción religiosa.
Por las calles de Guanare los grupos de peregrinos iban organizadamente portando sus estandartes. Paseaban con orgullo su fe, y sus voces se elevaban con alegría en el «Ave María» mientras sus dedos acariciaban las cuentas del rosario.
Pocas veces ojos humanos han visto mayor animación.
Era uno de esos espectáculos que jamás pueden olvidarse y, en verdad, la ocasión no era para menos. Era el día más grande para los católicos venezolanos. El día de la coronación de la Patrona por el Legado del Papa. El día en que por primera vez en la Historia se escucharía la palabra del Santo Padre.
EN LA BASÍLICA

Varios aspectos de los actos realizados durante la solemne Coronación de Nuestra Señora de Coromoto el día 11 de septiembre de 1952.
Bajo las arcadas centenarias de la Basílica el júbilo religioso no tenía paralelo. Nunca en los anales católicos venezolanos se había registrado un acontecimiento igual.
Frente a los altares parpadeaban centenares de cirios y una inmensa multitud de fieles oraba silenciosamente. Los más altos dignatarios de la Iglesia venezolana celebraban oficios y atendían en sus confesionarios a los penitentes. La púrpura de las vestiduras se abría paso llanamente por entre los millares de fieles y sin descanso, los venerables prelados atendian a sus santas obligaciones.
Ninguna ciudad venezolana ha tenido el gusto de reunir en su seno a tantos y tan Vireisimos representantes de la Iglesia.
¡Que satisfacción y que honra ver tan eminentes sacerdotes!
Algunos Arzobispos y veinticinco Obispos cuentan las crónicas de los sucesos gloriosos de la coronación. Vinieron de Perú, de Quito, de las Antillas y de toda Venezuela. Más de trescientos sacerdotes se hallaban congregados para asistir a las festividades.
Seminaristas de toda Venezuela llegaban a la ciudad desde diferentes lugares y por todos los caminos que conducen a Guanare. Varios de ellos iban a esperar su ordenación sacerdotal de manos del propio Legado de Su Santidad.
Más de dos mil jóvenes, pertenecientes todos ellos a la Juventud Católica Venezolana, partieron desde Barquisimeto a tomar parte en el desfile.
En la iluminada Basílica, más de tres mil peregrinos recibie. ron la comunión. Treinta sacerdotes absolvieron sus pecados durante toda la noche y la mañana siguiente. Y, mientras millares de personas recibían la sagrada hostia, diez sacerdotes oficiaban misas simultáneamente.
El altar mayor brillaba con reflejos de oro a la luz de los candiles, y a cada instante nuevas luces se encendían por el fervor de los fieles, y la cera, fundida, corría sobre los candelabros como tibias lágrimas vertidas por la emoción y por la pena.
Emoción, porque aquellas horas transcurrieron dentro de tanta solemnidad y era tan bello el momento que sentíase algo extraño ante la grandeza de la celebración, que los ojos se empañaban y una santa alegría afloraba a los labios.
Pena, porque era el momento para llorar por todos los males sufridos por la Humanidad; por la impiedad que aún se esconde en millones de pechos que todavía no han recibido los beneficios de la fe cristiana. Pena por las almas que se han hundido en la perdición y en las tinieblas sin escuchar el credo divino; por la maldad demoníaca que corre por el mundo sembrando la discordia, el crimen y la desesperanza.
EL DESFILE HACIA EL CAMPO DE LA CORONACIÓN

Llegada de Nuestra Señora de Coromoto al Campo de Coronación.
A las siete de la noche de aquel 11 de septiembre se inició e desfile hacia el Campo de la Coronación donde habría de culminar la apoteosis de Nuestra Señora de Coromoto.
Frente a la Basílica, la multitud tronaba de entusiasmo y de expectativa. Los altoparlantes voceaban Ordenes y los concurrentes comenzaron a moverse hacia sus sitios respectivos.
Los tambores anunciaron que la marcha comenzaba y las banderas con la insignia mariana se elevaron en las manos temblorosas y miles de antorchas se encendieron dentro de las pantallas con los colores de la bandera venezolana.
Los peregrinos encabezaron la marcha. En dos filas, entonando el «Ave María», movíanse lentamente con pasos cortos. Millares de rostros iluminados por la luz de las antorchas y radiantes de fe pasaron bajo los arcos triunfales.
Después del desfile, pasaron las carrozas, ricamente adornadas, con su liviana carga de niñas con blancas alas.
Luego seguía la carroza con el riquísimo Relicario que guardaba la venerable Imagen de Nuestra Señora de Coromoto. Esta Carroza, diseñada por una Hermana de San José de Tarbes, fue fabricada en la católica Francia con finas maderas y dorada al fuego. La custodia que llevaba esta singular carroza es la obra más costosa y hermosa que se ha visto en Venezuela. Esta preciada joya de oro y piedras finas que encerraba la aún más preciosa y diminuta Imagen de Nuestra Señora de Coromoto, tenía que estar a la altura de la devoción que Venezuela profesa a su sin par Patrona.
Dentro, montando guardia de honor a la Custodia, conservada bajo una enorme campana de cristal, altos dignatarios de la Iglesia, entre ellos el Ilustrísimo Dr. Monseñor Críspulo Benítez Fon-túrvel, Obispo de Barquisimeto, a cuyo espíritu dinámico y su acendrado culto a la Virgen de Coromoto se debió la magnificencia de las fiestas coromotanas y la grandiosidad de la coronación.
Detrás de la suntuosa carroza marchaba la Junta Pro Cuatricentenario, sacerdotes, autoridades y una inmensa muchedumbre que se unió devotamente al desfile.
Por las calles iluminadas de Guanare, alfombradas de flores, bajo arcos triunfales y entre el aleteo de las banderas, en medio de vítores y palmas, en himnos y cánticos, marchaba la Virgen.
Personaje de primera importancia fue Su Eminencia el Cardenal Manuel Arteaga Betancourt, Legado de Su Santidad para la coronación. El representante del Santo Padre recorrió el trayecto escoltado por su guardia de honor, vestida a la manera de la famosa Guardia Suiza del Vaticano, con broncíneas elaboradas y rojos trajes.
LA APOTEOSIS

GUANARE. – Recepción del Eminentísimo Señor Cardenal Manuel Arteaga y Betancourt, Legado del Soberano Pontífice Pío XII, para la Coronación de Nuestra Señora de Coromoto
Un ¡»Viva!» en honor de la Virgen resonó en el inmenso campo cuando apareció la carroza. Sesenta mil pechos vibraron de encendido entusiasmo. Era imposible contener la emoción en aquel momento culminante, y el rugido de la multitud debió subir al Cielo como la más fervorosa oración del pueblo católico.
En representación de la nación venezolana estaba presente la Junta de Gobierno, integrada por el Dr. Germán Suárez Flamerich, su Presidente; el Coronel Marcos Pérez Jiménez, Ministro de la Defensa, y el Coronel Luis Felipe Llovera Páez, Ministro de Relaciones Interiores, y los miembros del Gabinete. En esta forma el Ejecutivo Federal dio su testimonio de franca afirmación católica y rindió a la Patrona el máximo homenaje de Venezuela.
Iba a tener lugar la Misa Pontifical, oficiada por el Legado de Su Santidad. Antes de iniciar le sacro acto pronunció un elocuente discurso, en el que proclamó:
«Su Santidad me envía hacia vosotros en este espléndido día de gloria para Venezuela para que lo represente a él aquí, junto GUANARE. Recepción del Eminentísimo Señor Cardenal Manuel Arteaga y Betancourt, Legado del Soberano Pontífice Pío XII, para la Coronación de Nuestra Señora de Coromoto a la imagen sagrada de Nuestra Señora de Coromoto, Patrona de la República predilecta de su corazón, porque para amarla tanto me envia a mí, hijo de Venezuela por educación y por afecto, y no vino ningún otro Príncipe de la Iglesia de más prestancia y elevadas dotes, sino yo, un venezolano de corazón.»
En recogimiento aquella inmensa multitud escuchó la Misa Pontifical oficiada por el Eminentísimo Cardenal Legado en El Legado del Papa, en el momento solemne de la Coronación de la Sagrada Patrona de Venezuela altar levantado en medio del radiante Campo de la Coronación, bajo la comba del cielo llanero, cúpula del gigantesco altar de la Naturaleza, erigido para venerar la Reina de Venezuela, porque toda Venezuela es una vasta catedral en cuyo centro está la dulcísima María.
Al finalizar la misa se hizo un silencio profundo, y palpitaron con fuerza los corazones cuando el Legado del Papa se dirigió al estrado donde se encontraba la sagrada reliquia que guarda la milagrosa imagen de la Virgen de Coromoto. Seguianle prelados de varias naciones y los más altos jerarcas de la Iglesia venezolana.

El Legado del Papa, en el momento solemne de la Coronación de La Sagrada Imagen, Patrona de Venezuela.
En las manos del Cardenal fulguraba la áurea corona, y cuan-do, finalmente, la colocó sobre el óvalo de cristal que contiene la sagrada imagen, en las manos de las dos figuras cuyos brazos extendidos forman un arco, una voz inmensa como un trueno salió de sesenta mil bocas, que a un solo tiempo gritaron «¡Viva!» a la Virgen de Coromoto y a Su Santidad el Papa, presente en el acto en la persona del Cardenal Legado.
Los estampidos del cañón anunciaron a toda Venezuela que su adorada Patrona había sido ya coronada.
Eran las once y media, aproximadamente, de la noche de aquel memorable 11 de septiembre de 1952. Año Jubilar Coromotano.
La ciudad de Guanare era el afortunado escenario de aquel grandioso y sublime espectáculo; pero Venezuela toda estaba ahí presente, pues hasta en los más remotos confines de la nación todos los hombres del país estaban atentos a lo que ocurría y el milagro del radio llevaba a todos los oídos y a todos los corazones venezolanos los detalles del más grande acontecimiento religioso habido en nuestra patria.
LA PALABRA DEL PAPA

Un hermoso efecto de iluminación de la Basílica de Guanare
En medio de los vítores y de los estampidos del cañón, los altoparlantes anunciaron la inmediata salutación al pueblo venezolano por el Jefe de la Iglesia Católica, el Sumo Pontífice, el representante de Dios entre los hombres, Su Santidad el Papa Pío XII.
Fue una noche inolvidable. Las luces del inmenso Campo de la Coronación parecieron brillar más cuando comenzó a escucharse la voz del Santo Padre.
Por primera vez Venezuela tenía la dicha de escucharle. Hablaba desde Roma, pero se sentía la impresión de que estaba ahí mismo, ante la venerable reliquia de la Virgen de Coromoto, frente a todos aquellos que tuvimos la fortuna de poder hallarnos presentes en el momento solemne de la coronación.
La alegría que sentíase en Guanare se extendió como fuego sagrado por todos los confines venezolanos.
Las palabras del Papa llegaron claras y precisas al corazón de todos los fieles, católicos fervorosos y devotos de la milagrosa imagen que apareció entre la mano airada del cacique rebelde, que forman la mayoría del pueblo.
El júbilo de aquellos momentos memorables se prolongó durante toda la noche del día 11 y la madrugada del siguiente día.
Sólo pasadas las dos de la mañana comenzó la numerosa concurrencia a disolverse y a tomar el camino de regreso a la ciudad a las vecinas poblaciones.
DISCURSO DEL CARDENAL MANUEL ARTEAGA Y BETANCOURT ANTES DE LA MISA PONTIFICAL, EN EL PROPIO CAMPO DE LA CORONACIÓN

El Emmo. Sr. Cardenal Manuel Arteaga y Betancourt
«He llegado, señores, a los brazos de una patria muy amada, a Venezuela: la patria de mis años juveniles, de las primeras impresiones, de esas que dejan huellas indelebles en el alma; de mis afectos de la infancia, de mis estudios en el Seminario y en la Universidad; de mis visitas, sobre todo, a la Iglesia, a la Eucaristía, que ha sido y es y será amor y vida de mi vida; y, particularmente, de las tiernas confidencias a la Madre Celestial, que una madre cristiana en este mundo nos enseñara a amar y a confiarle nuestras cuitas, refugiándonos en su seno maternal. ¡Oh Virgen María, Madre de Dios y amantísima Madre nuestra…!
Pero para llegar a Venezuela, esta segunda patria mía, venezolanos, compatriotas, la mano de Dios, que todo lo guía, me guió hasta vosotros desde esa atalaya de la Santa Sede, después de haber oído en el corazón las palabras del Padre común de los fieles, llenas de ternura y de bondad. Porque Su Santidad Pío XII lleva en su corazón mundos de alegría y mundos de tristeza y de dolor; en ellos se ove la palabra que alienta y la palabra que reprende, la palabra que sostiene la vida de unión y caridad, y la palabra que refrena los odios y las pasiones humanas; la palabra, en fin, que nos asienta en la paz verdadera y que destruye poderosamente todas nuestras discordias, porque él es legítima res presentación de Aquel que es nuestra paz verdadera, que deshace en sí nuestras enemistades: «Ipse est pax nostra interficiens inmicit in semetipso.»
Su Santidad me envía hacia vosotros en este espléndido día de gloria para Venezuela para que lo represente a el aquí, junto a la imagen sagrada de Nuestra Señora de Coromoto, Patrona de la República predilecta de su corazón, porque para amarla tanto me envía a mi, hito de Venezuela por educación y por afecto, y no vino ningún otro Príncipe de la Iglesia de más prestancia y elevadas dotes, sino yo, un venezolano de corazón.
Comprenderéis, por tanto, señores, con cuán sentido afecto recuerdo las contempladas glorias marianas y glorias eucarísticas de Venezuela. Rememoro aquellos tiempos pasados, cuando nuestra Madre la Virgen María, en la advocación de la Virgen de Lourdes, recibía peregrinaciones múltiples en los santuarios de Maiquetía, Ocumare y tantos otros. ¿Cómo podría olvidar los esplendorosos y fervientes cultos a la divina Eucaristía en los días del Primer Congreso Eucarístico Nacional y aquel monumento coetáneo titulado «Instrucción Pastoral del Episcopado Venezolano a los Fieles», que tanto ha contribuido al mantenimiento de la fe católica y buenas costumbres en este pueblo?
¿Cómo no recordar que el Padre de la Patria y genial Libertador, vástago de una familia hondamente religiosa, en una frase feliz, expresó simbólicamente la conveniencia de la unión entre «la espada y el incensario» para la paz religiosa y social de la Gran Colombia y, queremos agregar, de la gran América, cuyos pueblos todos se conservan firmes en sus profundas raíces católicas y democráticas?
Y aunque, según la palabra del Libertador, «la madera de los bosques de América no es apropiada para fabricar tronos huma-nos», pero sí lo es para los divinos; y así, Venezuela entera, una en su fe e inconmovible en sus tradiciones, levanta hoy un trono de fe y de amor a la Virgen Santísima de Coromoto, su Patrona, y ese trono, facsímil del que tiene la Virgen Santísima en cada corazón venezolano, servirá para perpetuar en una de las más grandes y bellas naciones del continente americano, la fe católica y el patriotismo heroico de sus fundadores.
Dios ha hecho de Venezuela un país incomparable de riquezas naturales exuberantes: desde la alta cúspide de la Sierra Nevada hasta el famoso Delta del Orinoco -una de las más espléndidas corrientes acuáticas de todo el mundo, la grandeza y majestad de la Naturaleza compite con la natural bondad e hidalguía generosa de sus hijos. De ingenio feliz es el venezolano; de valor militar, indomable; firme en la guerra, pero nunca enemigo de la paz, de esa paz que la Humanidad tanto necesita, porque es ella la tranquilidad del orden, y en el orden está el bien, la prospe-ridad, la alegría y la cultura de los pueblos.
Venezolanos, podemos afirmar que vivimos Era Mariana; era de la Asunción; era del Mensaje de Fátima; era de la consagración del mundo al Corazón Inmaculado de María.
La corona que ponemos sobre la frente purísima de Nuestra Señora de Coromoto es el símbolo de su realeza, de nuestra humilde sumisión y de nuestro amor, filial amor.
La proclamamos Reina y Madre de nuestra nación, de nuestras almas y de nuestros corazones. de nuestra Acción Católica y de nuestros trabajos, de nuestros hogares, de nuestros dolores y de nuestras alegrías. Madre y Reina: en la misma medida en que Dios la hizo Reina de todo lo creado, la hizo Madre de todos los hombres.
Venezuela testimonia en esta solemne ocasión que Nuestra Señora, la Virgen de Coromoto, es su Reina, es su Madre, es su fortaleza, es su luz, es su fuente de vida religiosa. Así quedar Tara todas las generaciones, como las moles inmensas de los Andes,
Os exhortamos a perseverar en las virtudes cívicas, que os darán una patria cada vez más gloriosa, y en las virtudes cristianas, que constituyen nuestro rico patrimonio espiritual. Descienda sobre la querida nación la bendición de Dios, la más colmada, para que el futuro próximo os vea hermanados en la paz, en a progreso y en el bienestar social.
En nombre del Santo Padre recibid nuestros parabienes y bendiciones en la celebración del XV Congreso Mariano.»
ALOCUCIÓN DE SU SANTIDAD EL PAPA PÍO XII AL PUEBLO VENEZO LANO, TRANSMITIDA POR RADIO DESDE LA SANTA SEDE, LA NOCHE DEL 11 DE SEPTIEMBRE, AL TERMINAR LA CORONACIÓN DE LA SAGRADA IMAGEN DE NUESTRA SEÑORA DE COROMOTO
«Venerables hermanos y amados hijos, católicos venezolanos, que en la linda Guanare asistís conmovidos a la solemne coronación de vuestra Excelsa Patrona, Nuestra Señora de Coromoto.
Si siempre fue un espectáculo altamente atrayente y conmovedor el ver a una Madre circundada por el amor y la devoción de sus hijos, cuánto más lo será cuando, como en las circunstancias presentes, se trata de todo un gran pueblo que, no contento con saberse desde hace diez años bajo el poderoso patrocinio de su Madre del Cielo, anhela ahora exteriorizarle su acendrada piedad y su auténtica sumisión, colocándole en las sienes una preciosa corona y aclamándola como a su Reina Natural y Señora.
¡Y es que este pueblo ha comprendido lo que significa la Virgen Santísima en la historia de las naciones!
Imposible sería ni pergeñar siquiera, prescindiendo de su dulcísimo nombre, la de vuestro inmenso continente, cuya ruta encontró con gesto audaz la ruda proa de una nave que llamaba precisamente «Santa María» y en un de consagrado a la Virgen del Pilar; cuyo primer nombre, en la piadosa e inguena lengua de sus descubridores, fue archipiélago del mar de Nuestra Señoras, y cuyas playas hollaron por primera vez aquellos esforzados campeones que, bajo el hierro de lasra armas, escondían Su corazón tiernísimo, amante de su Madre Celestial, como lo fue Vuestro Alonso de Hojeda, el hombre que llevaba siempre consigo una imagen de la Reina de los Angeles y que iba dejando su recuerdo – al incorporarlos al mundo- en las denominaciones de los pueblos y ciudades, de las cimas de las montañas y de os puertos de vuestra nación, una nación eminentemente mariana.
Porque ésta es, efectivamente, venezolanos queridísimos, una de vuestras más fúlgidas glorias. Canten unos la belleza de vuestras gigantescas cimas, de donde se despeñan abundantes y caudalosos rios que, atravesando ora las interminables llanuras de suaves y sabrosos pastos, ora las tupidas florestas, ricas en toda clase de maderas preciosas, van a desembocar en las feraces tierras del próspero litoral o a mezclar sus aguas con las del imponente Orinoco; celebren otros la suavidad perenne de vuestro cielo, lo templado de su clima o la buena y amable condición de vuestra gente; pondérese justamente la riqueza que el Señor ha escondido en vuestro suelo o el alto ingenio de vuestros hijos, que tan ilustres nombres un Mariano de Talavera, un Andrés Bello han dado a la Iglesia y a la cultura de toda la América hispánica; para Nos, especialmente en estos momentos, Venezuela será siempre la tierra de la Virgen, y al recorrerla con la imaginación, lo que nos vendrá al recuerdo será la Maracaibo de Nuestra Señora de Chiquinquirá; más al sur, la Táriba de Nuestra Señora de la Consolación; hacia el centro, la Valencia de la Virgen del Socorro; todavía más allá, Nueva Barcelona con su Virgen del Totumo, y como capital, Caracas con su Santuario de la Merced, de Altagracia y de la Soledad, para citar solamente los primeros que se nos vienen a las mientes. Y todavía si del continente quisiéramos saltar a las islas que nos saldrían a esperar, en la Isla Margarita, las torres del templo de Nuestra Señora del Valle.
Pero hay un rincón escogido, al borde de los llanos y a la sombra de la imponente Sierra de Mérida, que la Madre de Dios prefirió entre todos. Estamos en los primeros capítulos de la co-Ionización, segunda mitad del siglo XVI, Juan Fernández de León -una recia personalidad donde una vez más se hermanan las ansias expansivas y apostólicas de España y Portugal– funda la «Ciudad del Espíritu Santo del Valle de San Juan de Guanaguanare». El Evangelio parece que penetra con buenos auspicios en nuevos e inmensos territorios; pero hay un alma rebelde, y es precisamente la que más interesa conquistar. Es ahora l mitad del siglo XVII cuando, para acabar de vencer todos los obstáculos, florece el prodigio. Sobre las aguas tranquilas que corren hacia el fondo de la quebrada según narra la tradición – una hermosa Señora invita repetidamente a la sumisión y al Bautismo. Y cuando, tras la rebeldía, estalla la violencia. entre las manos airadas del que no quería rendirse a la gracia queda esa imagen -vencedora, al fin de Aquella que sabe siempre ganar para gloria suya y provecho nuestro.
El resto de la historia, hasta llegar al gran Santuario Nacional de principios del siglo pasado y hasta ese precioso relicario de hoy, lo sabéis perfectamente, aprendido acaso en el regazo de quien os dio la vida y conservado entre los más amables recuerdos de una infancia lejana, cuando apenas erais capaces de retener más que la idea central, la misma que esa preciosa joya simboliza: una Venezuela idólatra transformada en un país cristiano por la intervención maternal de María Santísima. Cosa que, como muy bien ha dicho vuestro Episcopado, es «gloria que enaltece y anima vuestra piedad» y prenda maternal amor que empeña la gratitud nacional.
¡Aclamadla, sí, aclamadla, amadísimos venezolanos, como medio principal de que la divina Providencia se valió para llevaros el beneficio inestimable de la fe! Pero quienes ya la poséeis los que os decís hijos de una nación católica, corred ante su trono de amor y de gracia, pidiéndole que os la conserve y os la consolide, libre de las influencias malsanas que buscan ponerla en peligro. Pedidle que la Iglesia, fundada por su Divino Hijo para salvación de vuestras almas, pueda hacer llegar a todas partes el beneficio inestimable de la educación cristiana sin trabas de ninguna clase; que la familia, célula fundamental de toda sociedad, se salve de la carcoma que la corroe, manteniendo intacta su santidad y unidad; que la caridad de Cristo triunfe en las relaciones sociales, haciendo llegar a todos los beneficios del justo progreso y del razonable bienestar; que no arraiguen jamás en el pródigo terruño venezolano doctrinas extrañas, especialmente aquellas que ofenden a Ella y a su precioso Hijo, negándoles las más excelsas de sus prerrogativas, y que, reconociendo todos su verdadera maternidad, todos se sientan hermanos en Jesucristo, hijos de un mismo Padre que está en los Cielos. que pueden y quieren vivir en paz para dar al mundo, agitado por el odio y la violencia, el ejemplo de una nación que sabe gozar de los beneficios de la fraternidad cristiana.
¡Hazlo así Tú, Madre amorosísima de Coromoto, Reina del pueblo venezolano, que te dignaste honrar con tu presencia, salvaguardia invencible de su fe! Y escúchalos cuando te cantan:
«No permitas que sucumba nuestra patria en la tormenta; la fe de nuestros mayores en sus ámbitos renueva.»
Con estos sentimientos y estos deseos. encomendándolos a vuestra Madre y Reina os bendecimos, amados hijos: A nuestro dignísimo Legado, a nuestros hermanos en el Episcopado, a todo el pueblo venezolano y a cuantos, de una manera o de otra, oyen nuestra voz, que quiere ser siempre pregonera de nuestro amor de padre y testimonio de nuestra devoción filial a la Augusta Rina de los Cielos.»

GUANARE. El 12 de septiembre de 1952, en la Basílica de Nuestra Señora de Coromoto, el Eminentísimo Sr. Cardenal Arteaga y Betancourt confirió el sacerdocio a un grupo de seminaristas, entre ellos a Lucio Fierro, indio de la Misión de Santa Elena de Uairen. Hizo los estudios en el Seminario de Upata con los Padres Capuchinos. Es el primer indígena elevado al sacerdocio